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viernes, 3 de agosto de 2012

Luna nueva

Uno de los clichés más actuales en la búsqueda de respuestas a la degradación moral de nuestra sociedad se basa en la, supuestamente novedosa, bajeza ética de los medios de comunicación. Parece ser que la manipulación, la mentira y el sensacionalismo son un invento actual y que, como pasa cuando se habla alegremente de cine, cualquier tiempo pasado fue mejor.

Precisamente, como si fuera un desmentido del pasado, se nos presenta Luna nueva, una alegoría contra el cinismo periodístico, envuelto en el disfraz de inocente Screwball comedy y que viene a demostrar que de aquellos polvos vinieron estos lodos.

Para elaborar este discurso no se anda con rodeos, introduciéndonos en una redacción mediante un travelling lateral que permite, por un lado, mostrarnos el ambiente de stress laboral y, por otro, contagiarnos del ritmo vertiginoso que impregnará todo el metraje.

La presentación de los personajes también es franca y directa, con un par de frases conocemos la situación, carácter y objetivos de los protagonistas. Un Cary Grant que podría ser un claro precedente de Pedro J. Ramírez y que mediante una actuación histriónica, por momentos cargante y sin embargo adecuada, aparece como un ser sin escrúpulos, cínico, manipulador y que hace suya esa máxima de no dejar que la realidad le estropeé una buena noticia. En contrapartida aparece Rosalind Russell, personificando a una mujer moderna e independiente, pero cuyo encuentro con su ex marido la sume en un amplio debate interno sobre qué camino tomar. No podía faltar el tercero en discordia, un Ralph Bellamy que, con su papel de hombre decente, serio y aburrido, parece más destinado a que simpaticemos con Cary Grant por contraposición que a tener un peso específico por si solo.

En lo referente a la construcción de personajes se hace palpable el mimo con que Hawks trata a la protagonista, otorgándole la mayor profundidad psicológica. En ella reconocemos una visión de la mujer como sujeto activo de la trama, convirtiendo el proceso habitual de cosificación de la mujer como mero adorno o elemento distorsionador en su inverso. Para ello, el director utiliza dos procesos diferentes. Por un lado el modo en cómo la filma, situándola siempre en una posición superior a la del resto del elenco masculino, lo que la convierte en una especie de icono respetado y a la vez temido. Por otro le confiere una personalidad inteligente, sí, pero también agresiva, masculinizada, dando a entender que éste es el único medio de hacerse respetar en un mundo prominentemente masculino y evidentemente machista.

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