Está demostrado. A los mejores actores/actrices, si además van cargados
de ambición y falta de escrúpulos, no les basta con los escenarios o las
cámaras para desplegar su talento interpretativo. Necesitan extender la
actuación al plano real para que la obra que es su vida de farándula
les salga redonda.
Historia típica sobre trepas que las matan callando. O, más bien, las matan hablando con lengua bífida e insidiosa. Parásitos y depredadores con piel de oveja que se meten en el bolsillo de los incautos a golpe de modestia fingida, de lagrimitas de circunstancias, de compasión que se despierta con ojos de corderillo, de adulación sabiamente dosificada. Y, como artífice de todas esas tretas, un cerebro brillante y calculador hasta el escalofrío.
La fama es un perfume extasiante con efectos narcóticos, es la luna que muchos sueñan con alcanzar. Algunos estarán dispuestos a todo para conquistarla, y no repararán en medios ni en engaños.
Espectacular y abrumadora actuación de Bette Davis. La mejor de su carrera. ¿Qué tenía esa mujer, que era capaz de merendarse la cámara y la pantalla, y el escenario, y tomar un diálogo y conseguir que en sus labios sonara sublime? ¿Qué especie de feroz atractivo felino rezumaba, que sin ser guapa anulaba a cualquier belleza? Quizás fuera el fulgor de esos ojos inteligentes, irónicos, fogosos y leoninos. Quizás fuera el vigor de sus interpretaciones. Cualquier director que se preciara ciego estaría si no se enamoraba (en un sentido profesional, aunque no descartaría otros sentidos) de semejante talento, de tamaña sacudida sísmica con aroma a fiera feminidad.
Diálogos para el recuerdo, perla tras perla pronunciadas en tal profusión que el oído no da abasto para asimilar tamaña sucesión de frases imperecederas. Amargura, ironía, hipocresía, sinceridad, humor mordiente y refrescante, pensamientos introspectivos expresados en voz alta... Guión que supera con creces la excelencia.
Enhorabuena a todos los intérpretes, pero sobre todo, como ya he declarado, a mi admirada Bette y, siguiéndola de cerca en esa estela esplendorosa, a Gary Merril, un partenaire a la altura.
Moraleja: el brillo del oro ciega y adormece las conciencias. El aplauso, el fervor del público hacia el artista. Una vida de película entre algodones y bastidores. La fama llega a enaltecer hasta la monstruosidad las más desmedidas ambiciones.
Reflexiones fundamentales: la llegada a esa edad crítica para las actrices. La entrada en la madurez, que les cierra puertas. La paranoia que se siente ante la pérdida de la juventud, el temor a que jóvenes promesas lleguen arrasando para reemplazar a las viejas glorias. Y el modo en que es asumida esta etapa. Con miedo, con obcecación, con conformidad, con lucidez... La madurez puede llegar a ser gratificante si se acepta con dignidad.
Historia típica sobre trepas que las matan callando. O, más bien, las matan hablando con lengua bífida e insidiosa. Parásitos y depredadores con piel de oveja que se meten en el bolsillo de los incautos a golpe de modestia fingida, de lagrimitas de circunstancias, de compasión que se despierta con ojos de corderillo, de adulación sabiamente dosificada. Y, como artífice de todas esas tretas, un cerebro brillante y calculador hasta el escalofrío.
La fama es un perfume extasiante con efectos narcóticos, es la luna que muchos sueñan con alcanzar. Algunos estarán dispuestos a todo para conquistarla, y no repararán en medios ni en engaños.
Espectacular y abrumadora actuación de Bette Davis. La mejor de su carrera. ¿Qué tenía esa mujer, que era capaz de merendarse la cámara y la pantalla, y el escenario, y tomar un diálogo y conseguir que en sus labios sonara sublime? ¿Qué especie de feroz atractivo felino rezumaba, que sin ser guapa anulaba a cualquier belleza? Quizás fuera el fulgor de esos ojos inteligentes, irónicos, fogosos y leoninos. Quizás fuera el vigor de sus interpretaciones. Cualquier director que se preciara ciego estaría si no se enamoraba (en un sentido profesional, aunque no descartaría otros sentidos) de semejante talento, de tamaña sacudida sísmica con aroma a fiera feminidad.
Diálogos para el recuerdo, perla tras perla pronunciadas en tal profusión que el oído no da abasto para asimilar tamaña sucesión de frases imperecederas. Amargura, ironía, hipocresía, sinceridad, humor mordiente y refrescante, pensamientos introspectivos expresados en voz alta... Guión que supera con creces la excelencia.
Enhorabuena a todos los intérpretes, pero sobre todo, como ya he declarado, a mi admirada Bette y, siguiéndola de cerca en esa estela esplendorosa, a Gary Merril, un partenaire a la altura.
Moraleja: el brillo del oro ciega y adormece las conciencias. El aplauso, el fervor del público hacia el artista. Una vida de película entre algodones y bastidores. La fama llega a enaltecer hasta la monstruosidad las más desmedidas ambiciones.
Reflexiones fundamentales: la llegada a esa edad crítica para las actrices. La entrada en la madurez, que les cierra puertas. La paranoia que se siente ante la pérdida de la juventud, el temor a que jóvenes promesas lleguen arrasando para reemplazar a las viejas glorias. Y el modo en que es asumida esta etapa. Con miedo, con obcecación, con conformidad, con lucidez... La madurez puede llegar a ser gratificante si se acepta con dignidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario