Figura indiscutible del cine de misterio y de intriga,
la capacidad del cineasta Alfred Hitchcock para aplicar recursos
narrativos innovadores al servicio del suspense tuvo una importancia
fundamental para el desarrollo del lenguaje cinematográfico moderno. Con
un dominio excepcional de las técnicas cinematográficas, produjo
películas que mantienen al espectador en un constante estado de tensión
hasta el final de la proyección y que lo llevan a vivir apasionadamente
lo relatado en la pantalla. El Mago del suspense supo unir tramas
de gran solidez con imágenes de excepcional fuerza expresiva, concilió
la calidad con el éxito comercial y legó una de las filmografías más
brillantes e influyentes de la historia: su huella habría de percibirse
en numerosas imitaciones y en la obra de realizadores tan distintos como
el francés François Truffaut o los estadounidenses Brian de Palma y
David Lynch.
Alfred Hitchcock nació el 13 de agosto
de 1899 en Leytonstone, una población entonces cercana al neblinoso
Londres de Sherlock Holmes, Jack el Destripador y Scotland Yard, y que
hoy es un distrito del East End de la capital británica. Sus padres,
William Hitchcock y Emma Jane Wehlan, dueños de un negocio de
comestibles, ya tenían dos hijos, William (1890) y Ellen Kathleen
(1892), y gozaban de una cierta estabilidad económica, pero tampoco
vivían de un modo excesivamente holgado.
La
figura de su padre intervino de una forma muy especial en la formación
del carácter y la personalidad del muchacho. Cuando tenía cuatro o cinco
años, su padre lo mandó a la comisaría de policía con una carta. El
comisario la leyó y lo encerró en una celda durante algunos minutos
diciéndole: "Esto es lo que se hace con los niños malos." Nunca
comprendió la razón de esta broma siniestra, porque su padre lo llamó su
"ovejita sin mancha", y vivió una infancia disciplinada, aunque algo
excéntrica y solitaria, escudriñando siempre desde su rincón, con los
ojos muy abiertos, todo lo que pasaba a su alrededor.
Para
Hitchcock, su padre era el típico comerciante del East End, que tenía
el orden, la disciplina y la austeridad en la cima de su escala de
valores para afrontar la vida. Así, el autoritarismo y la rigidez moral
presidieron la educación del joven Alfred. De aquí arranca el interés
del director por el tema de la culpa, omnipresente en todos sus filmes y
esquema común de la trama profunda de sus historias, normalmente como
una alegoría sobre el pecado y la redención. Hitchcock hablaría muy
pocas veces de su madre, y, sin embargo, de mayor intentó siempre
mantenerla a su lado.
Las repercusiones del
catolicismo en su personalidad se acrecentaron durante sus años
escolares, puesto que su primera escuela fue la Casa Conventual Howrah,
en Poplar. La familia se había trasladado en 1906 a esta otra población
desde Leytonstone para abrir un nuevo establecimiento. Al cabo de dos
años, Alfred abandonó la Casa Conventual porque volvieron a trasladarse,
esta vez a Stepney. Allí el muchacho ingresó en el Colegio de San
Ignacio, fundado por los jesuitas en 1894 y especialmente reconocido por
su disciplina, su rigor y su estricto sentido católico.
Este
centro jesuítico dejó una profunda huella en Hitchcock por el modo como
eran tratados allí la culpa y el perdón. El mismo Hitchcock lo
explicaría años más tarde: «El método de castigo, por supuesto, era
altamente dramático. El pupilo debía decidir cuándo acudir al castigo
que se le había impuesto. Debía dirigirse a la habitación especial donde
se hallaba el cura o el hermano lego encargado de administrarlo. Algo
parecido a dirigirte a tu ejecución. Creo que era algo malo. No usaban
el mismo tipo de correa con que azotaban a los chicos en otras escuelas.
Era una correa de caucho». Esta práctica acentuó el miedo del pequeño
Alfred a todo lo prohibido y acaso le descubrió los condimentos más
emocionantes del suspense, esa turbia confusión sadomasoquista que
florece ante lo inminente y fatal.
Hasta los catorce
años permaneció en el colegio. En su primer curso sobresalió por su
aplicación y obtuvo una de las seis menciones honoríficas que la
dirección del centro concedía. Había conseguido la calificación de
excelente en latín, francés, inglés y formación religiosa: las
asignaturas que, según el criterio de sus maestros, eran de mayor
importancia.
Sin embargo, el último año en San
Ignacio se destapó el lado travieso, bromista y trasgresor del joven
Alfred, o mejor, del joven Cocky, de acuerdo con el apodo con que lo
conocían sus compañeros. Se dedicó a robar huevos del gallinero de los
jesuitas para arrojarlos contra las ventanas de las habitaciones de los
sacerdotes; o, ayudado por compinches, maniataba a algunos de sus
compañeros y encendía petardos colocados en sus traseros. También esta
vertiente, por un lado irónica y por otro traviesa, infractora de la ley
y hasta gamberra, aparecería luego como uno de los rasgos típicos de su
filmografía. Se trataba de un manera lúdica e indirecta de superar el
complejo de culpa, siempre al acecho inconscientemente.
Hitchcock
recordaba estos años con amargura y, al mismo tiempo, como una
influencia importante en su obra: «Si han sido educados en los jesuitas
como yo lo fui, estos elementos tienen importancia. Yo me sentía
aterrorizado por la policía, por los padres jesuitas, por el castigo
físico, por un montón de cosas. Éstas son las raíces de mi trabajo.» Es
fácil relacionar estos años vividos en el Colegio de San Ignacio con el
interés de Hitchcock por lo macabro y lo criminal. De aquellos años
datan también las visitas del joven al Museo Negro de Scotland Yard para
contemplar su colección de reliquias criminales, y al Tribunal de lo
Criminal de Londres, donde asistía a los juicios por asesinato y tomaba
notas al modo de Dickens, uno de sus escritores preferidos en aquella
época, junto con Walter Scott y Shakespeare.
En 1913
dejó el colegio y trató de orientar su futuro profesional. Comenzó los
estudios de ingeniero en la School of Engineering and Navigation y
siguió cursos de dibujo en la sección de Bellas Artes de la Universidad
de Londres; al mismo tiempo ayudaba a sus padres en la tienda. Fue
entonces cuando descubrió una nueva afición para sus ratos de ocio: el
cine, que estaba empezando a imponerse como una de las actividades
lúdicas más importantes de Londres. En la capital había más de
cuatrocientos aparatos de proyección, instalados a menudo en pistas de
patinaje.
Hitchcock,
que desde los dieciséis años leía con avidez revistas de cine, no se
perdía las películas de Chaplin, Buster Keaton, Douglas Fairbanks y Mary
Pickford. Pudo admirar, cuando las películas mudas constituían una
auténtica revelación de las ilimitadas posibilidades del cine, El nacimiento de una nación (1915) e Intolerancia
(1916), apabullante éxito y estrepitoso fracaso, respectivamente, del
gran Griffith. Años después le impresionó vivamente un film de Fritz
Lang, Der müde Tod (Las tres luces, 1921), historia
fantástica que desarrolla el tema romántico de la lucha entre el amor y
la muerte mediante tres episodios que suceden en China, Bagdad y
Venecia, y que decidió también la vocación cinematográfica del español
Luis Buñuel. Al mismo tiempo mantenía su afición por la lectura. «Es muy
probable que fuera por la impresión que me causaron las historias de
Poe por lo que me dediqué a rodar películas de suspense. No quiero
parecer inmodesto, pero no puedo evitar comparar lo que he intentado
poner en mis filmes con lo que Poe puso en sus narraciones», diría años
más tarde.
En
diciembre de 1914 murió su padre. Alfred quedó profundamente afectado y
hubo de rehacer su vida junto a su madre. Los hermanos mayores ya no
vivían en la casa y, además, había estallado la Primera Guerra Mundial.
Tuvieron que abandonar el negocio y volver a Leytonstone, porque allí
tenían más amigos. El muchacho encontró trabajo al cabo de poco tiempo
en las oficinas de la Henley Telegraph and Cable Company. Por quince
chelines a la semana revisaba o calculaba los tamaños y los voltajes de
los cables eléctricos. Sin embargo, como esta ocupación no le gustaba,
al cabo de unos meses logró que le trasladaran al departamento de
publicidad. Con ese trabajo creativo se labró cierto prestigio, a pesar
de su juventud. Se libró del reclutamiento gracias a su trabajo en una
compañía que colaboraba con la guerra y a su obesidad.
En
1920, a los veintiún años, aquel joven cuya afición al cine había ido
creciendo leyó en una revista que una compañía cinematográfica
estadounidense, la Famous Players-Lasky, iba a instalar unos estudios en
Londres. No se lo pensó dos veces y se presentó en las oficinas de la
Famous con unos bocetos de decoración para películas mudas que había
diseñado con la ayuda de su jefe en el departamento de publicidad de la
Henley. De inmediato, la compañía lo contrató como diseñador de rótulos y
decorados y, en cuanto el sueldo de la Famous se lo permitió, abandonó
la Henley. El primer año trabajó de rotulista en varias películas, y al
año siguiente consiguió que le fueran encargados los escenarios y los
diálogos menores de nuevos filmes. Los escribió bajo la dirección de
Georges Fitzmaurice, quien también le inició en las técnicas de
filmación.
En 1923 el actor, guionista y productor Seymour Hicks le ofreció que codirigiera un filme menor, Always tell your wife, y poco después colaboró en el rodaje de una película inacabada por falta de presupuesto, Mrs. Peabody.
Eran sus primeras experiencias cinematográficas de verdad. En los
estudios, Hitchcock había conocido a una tal Alma Reville, un muchacha
de su misma edad, natural de Nottingham, extremadamente menuda y delgada
(todo lo contrario que él) y gran aficionada al cine, que había
trabajado en los estudios de una compañía londinense desde los dieciséis
años, la Film Company, y que luego pasó a la Famous. Alma y Hitchcock
colaboraron en varias películas dirigidas por Graham y Cutts, y en 1923
viajaron a Alemania para localizar los exteriores de un filme cuyo guión
había escrito Hitchcock, The prude's fall. En el barco de regreso a Inglaterra, Hitchcock se declaró e iniciaron un largo noviazgo.
Los
primeros años trabajaron juntos en películas de la productora de Michel
Balcon, la Gainsbouroug Pictures Ltd., como por ejemplo The blackguard,
un filme para el cual el equipo tuvo que trasladarse varios meses a
Alemania, circunstancia que Hitchcock aprovechó para conocer la obra de
los grandes directores alemanes de la época, como Fritz Lang o Erich von
Stroheim. En 1925, Balcon le propuso dirigir una coproducción
anglo-alemana titulada El jardín de la alegría (The pleasure
garden). Era su primera oportunidad como director. El resultado, al
parecer, agradó a los directivos, porque aquel mismo año dirigió otros
dos filmes, El águila de la montaña (The mountain eagle) y El enemigo de las rubias (The lodger). Las tres se estrenarían en 1927.
Fotograma de El enemigo de las rubias (1927)
El
2 de diciembre de 1926 se casó con Alma según el rito católico y se
establecieron en Cromwell Road, en Londres. Al estrenarse, los filmes
obtuvieron una buena acogida por parte del público y de la crítica. En
ellos, el director aparecía marginalmente, sin estar incluido en el
reparto: era su manera de firmar sus películas, que luego se haría tan
popular. Aprovechando el éxito, cambió de productora, y a finales de
1927 rodó El ring (The ring), un filme basado en un guión propio
con la British International Pictures. Con esta película se convirtió en
uno de los directores más cotizados de Inglaterra y empezó su camino
fulgurante hacia la fama internacional.
La fama
Con
el éxito internacional aumentó considerablemente sus ingresos, y se
compró una casa de veraneo en Shamley Green, en las afueras de Londres,
cerca de la cual se instalaría su madre poco después. En 1928 nació su
hija Patricia Alma; al parecer, el director nunca había pasado tantos
nervios como durante el parto. Por entonces, los Hitchcock tenían una
intensa vida social, y las veladas con amigos de la productora, la
British, eran habituales en la casa de Cromwell Road, en las que a veces
ofrecía a los amigos uno de sus números cómicos particulares:
Hitchcock, que pesaba más de ciento treinta kilos, aparecía desnudo de
cintura para arriba, con un marinero pintado en la inmensa barriga, que
agitaba rítmicamente mientras silbaba. En una ocasión se vistió de mujer
y grabó su actuación. La cinta, que conservó toda su vida, sería
exhibida en 1976 en una sesión privada en los estudios de la Universal.
En 1928 rodó sus últimos filmes mudos, The farmer's wife, Champagne y The maxman, y al año siguiente estrenó su primera película sonora, La muchacha de Londres
(Blackmail), basada en una obra teatral que estaba teniendo un gran
éxito en la capital. Por primera vez un filme británico incorporaba una
banda sonora, a partir de la tecnología de la RCA estadounidense.
Otros filmes hablados, como Juno and the Paycock (1930), Murder (1930) y The Skin game
(1931), sin alcanzar un gran éxito de público y crítica, le confirmaron
como uno de los directores británicos más inteligentes y creativos y
que más innovaciones e ideas técnicas estaba aportando al mundo del
cine. Su preocupación era encontrar un estilo narrativo propio, para lo
cual descubrió nuevas posibilidades expresivas en el montaje, en los
movimientos de cámara y en el empleo de la luz. Lo suyo era el arte de
la cámara: su enorme dominio de la imagen, a nivel persuasivo y
sentimental, hacía que el público se identificara con sus historias y
con sus personajes y convertía en verosímiles la fantasía y el misterio,
las situaciones extrañas y originales con que vestía la realidad. Su
extraordinaria narrativa cinematográfica llevaba al público a vivir
apasionadamente lo que sucedía en la pantalla.
En 1932, por imposición de la British, tuvo que filmar una comedia de enredos y persecuciones, El número 17 (Number Seventeen), y luego rodó Mejor es lo malo conocido
(Rich and Strange, 1932), una película cuyo argumento se le ocurrió al
matrimonio Hitchcock durante un crucero por el Atlántico y el Caribe que
hicieron con su hija en 1931: una modesta pareja londinense, gracias a
una herencia inesperada, realiza un crucero alrededor del mundo, durante
el cual pasan de la alegría a los temores, las tristezas y las
infidelidades, para recuperar, tras un naufragio, su lealtad. Después de
Valses de Viena (Waltzes from Vienna, 1933), una biografía del
compositor Richard Strauss hecha por encargo, Hitchcock volvió a
trabajar para Michel Balcon, que había fundado la productora
Gaumont-British.
Maestro del suspense
A
partir de entonces empieza la gran época del cine de Hitchcock, la
época de los grandes títulos de su filmografía, una etapa dorada de
creación ininterrumpida que duraría prácticamente hasta el fin de sus
días. La primera película que hizo con la nueva productora fue El hombre que sabía demasiado
(The man who knew too much, 1934), una obra de arte del cine de
suspense que fue elegida por la crítica como la película del año en
Inglaterra.
Le siguieron otros títulos fundamentales de su filmografía: 39 escalones (The thirty-nine steps, 1935), Agente secreto (The secret agent, 1936) y Sabotaje
(Sabotage, 1936), todos ellos filmes ya clásicos en los que la trama y
la intriga lograban crear una tensión psicológica como nunca se había
visto en el arte cinematográfico, y en los que la fuerza expresiva de
las imágenes mezclaba con genial sabiduría la acción y los apuntes
psicológicos de los personajes. Todo ello se rodeaba a menudo de un
trasfondo metafísico-existencial en el que se concebía el amor de un
modo romántico y redentor, y en el que la delimitación entre el bien y
el mal y la conciencia de pecado no estaban exentas de cierta
fascinación divertida por los malvados. Hitchcock era humanista y
satírico a la vez, sádico y con un particular sentido del humor.
39 escalones (1935)
En
cada nuevo filme perfeccionaba la técnica de la intriga, que a lo largo
de su carrera llegó a cimas difícilmente superables. Su último filme
británico fue La posada de Jamaica (Jamaica Inn, 1938), que no
obtuvo mucho éxito a pesar de estar protagonizado por Charles Laugthon,
ya famoso, junto a una jovencísima Maureen O'Hara. En marzo de 1939,
meses antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, Hitchcock partió
junto a su mujer, su hija y su secretaria personal, Joan Harrison, a
Nueva York.
El
viaje respondía a una oferta de David O. Selznick, el poderoso
productor norteamericano, que en un viaje a Estados Unidos realizado el
año anterior le había propuesto dirigir en Hollywood. La película
resultante fue Rebeca (Rebecca, 1940), uno de sus filmes más
célebres, que supuso un Oscar para la protagonista, Joan Fontaine. La
siguiente película estuvo condicionada por la circunstancia histórica:
la guerra se extendía, parecía larga y complicada, y en Enviado especial (Foreing Correspondent, 1940), una obra de contenido belicista, hizo un alegato en favor de los aliados.
Con Joan Fontaine en la presentación de Rebeca (1940)
Hitchcock
había llegado a un acuerdo con Selznick por el que le produciría dos
películas al año por un sueldo de 2.750 dólares semanales y una
bonificación de 15.000 dólares anuales. Una cláusula especial le
permitía en 1941 rodar dos películas con otra productora, la R.K.O. Se
trataba de Matrimonio original (Mr. and Mrs. Smith) y Sospecha
(Suspicion), otro de los títulos clásicos de su carrera. El director
seguía en su línea de perfeccionamiento del cine de intriga, aportando
en cada película nuevos descubrimientos técnicos, ocurrencias narrativas
y trucos geniales que crearon escuela en la historia del cine.
Al
poco tiempo de llegar a Hollywood, en 1941, los Hitchcock se
trasladaron al apartamento de Carole Lombard en Bel Air; la actriz había
decidido vivir con su pareja, Clark Gable. El mismo año, dado que la
conflagración mundial se complicaba cada vez más, Alma viajó a
Inglaterra y trajo consigo a su madre. Alfred también fue a Londres para
recoger a la suya y llevarla a los Estados Unidos, pero su madre se
negó. Hitchcock, cuya vuelta a Los Ángeles coincidió con los primeros
bombardeos nazis sobre Inglaterra, tuvo que conformarse pensando que su
madre vivía todo el tiempo en Shamley Green y contaba con la protección
de su hermano William.
Al año siguiente, Carole
Lombard murió y el matrimonio tuvo que cambiar de casa; se trasladaron a
Bellagio Road, también en Bel Air. Su siguiente película fue Sabotaje
(Saboteur, 1942), producida por la Universal Pictures a pesar de la
oposición de Selznick, que provocó una gran tensión a lo largo del
rodaje. A partir de entonces decidió no rodar más de una película por
año. En 1943 hizo La sombra de una duda (Shadow of a doubt).
Aquel año murió su madre en Londres, el 26 de septiembre, a causa de una
polionefritis aguda. Hitchcock a duras penas pudo soportar el golpe:
quedó emocionalmente destrozado y adelgazó cuarenta kilos en pocos
meses.
Los decorados oníricos de Recuerda (1945)
corrieron a cargo de Dalí
La serie de filmes siguientes contenía títulos también de primer orden; algunos figuran entre sus obras más importantes: Náufragos (Lifeboat, 1943); Recuerda (Spellbound, 1945); Encadenados (Notorious, 1946), con Ingrid Bergman; El proceso Paradine (The Paradine Case, 1947), con Gregory Peck en el papel principal; y La soga
(Rope, 1948), su primer filme en color, con James Stewart de
protagonista, actor que se convertiría en uno de sus preferidos y con
quien trabajaría en muchas otras películas célebres. En Recuerda,
considerada como una de las cimas de la filmografía de Hitchcock,
trabajaba por primera vez con Ingrid Bergman y con Gregory Peck, al que
lanzó a la fama, y contó con la colaboración de Salvador Dalí para los
decorados, de tipo onírico. Algunas de las secuencias con los dos
protagonistas se cuentan, a juicio de muchos especialistas, entre las
mejores escenas de amor romántico de toda la historia del cine.
Los gloriosos cincuenta
A
comienzos de los años cincuenta, con su reputación cinematográfica por
las nubes y una sólida posición económica, estrenó películas que
confirmaron su fama en el mundo entero, como Atormentada (Under Capricorn, 1949), Pánico en la escena (Stage Frigth, 1950) y Extraños en un tren
(Strangers on a train, 1951), un éxito rotundo de crítica y de público.
La versión radiofónica del filme, estrenado por la CBS, batió todos los
récords de audiencia.
Extraños en un tren (1951)
En
1951, el matrimonio Hitchcock realizó un viaje de placer por Italia,
Alemania, Países Bajos, Suecia y Noruega. Durante el viaje, la hija de
Hitchcock se prometió con Joseph O'Conell, un alto cargo de una
corporación, con quien se casó en la catedral de San Patricio de Nueva
York al año siguiente. El padre no vio con muy buenos ojos esta boda de
su hija, puesto que hasta entonces la muchacha había colaborado con él
en algunas películas (años más tarde trabajaría en Psicosis) y
estudiaba teatro; hubiera querido un yerno relacionado con el mundo del
cine. A cambio, intentó atraer a O'Conell a la industria
cinematográfica, sin mucho éxito.
Yo confieso
(I confess, 1953), el filme siguiente, se rodó en medio de una difícil
relación entre el director y el protagonista, un Montgomery Clift en un
estado de destrucción psicológica y alcoholismo bastante preocupante.
Parece ser que una noche, durante el rodaje, Hitchcock llegó a
emborrachar premeditadamente a Clift para dejar en evidencia los límites
de su desequilibrio.
Apareció entonces en el
firmamento cinematográfico de Hitchcock una nueva estrella que
acapararía durante unos años toda su atención: Grace Kelly. Con ella, la
actriz que mayor fascinación le produjo nunca en su carrera, rodó Crimen perfecto (Dial M for murder, 1953), La ventana indiscreta (Rear window, 1954), junto a James Stewart, y Atrapa a un ladrón
(To catch a thief, 1955), junto a Cary Grant. Son algunas de las
películas más conocidas del maestro de la intriga. Su adoración por
Grace llegó a su punto máximo en la última de las tres, cuyo rodaje se
alargó a causa de que el director se empeñó en que la actriz bailara con
un espectacular traje dorado en la última escena.
La ventana indiscreta (1954)
En 1955 estrenó Pero ¿quién mató a Harry?,
que dio su primera oportunidad y lanzó a la fama a una veinteañera
Shirley MacLaine. Era un brillante experimento en el que el misterio y
la intriga se mezclaban genialmente con lo cómico, en una combinación de
comedia y cine de suspense. A raíz de su nueva nacionalidad
estadounidense, obtenida en 1955, firmó un contrato con la productora de
televisión CBS para realizar una serie semanal de media hora de
duración titulada Alfred Hitchcock presents, que de 1960 a 1965 se siguió realizando para la NBC.
Una segunda versión de El hombre que sabía demasiado (1956), con James Stewart y Doris Day, Falso culpable (The Wrong Man, 1957), con un estelar Henry Fonda, Vértigo (Vertigo, 1958), de nuevo con Stewart, ahora junto a una Kim Novak debutante, y Con la muerte en los talones
(North by Northwest, 1959), con Cary Grant y Eva Marie Saint, fueron la
serie de filmes archifamosos de la segunda mitad de los años cincuenta.
Todas las protagonistas femeninas de Hitchcock empezaban a responder a
un mismo prototipo: Kelly, Novak o Saint eran rubias platino, delgadas,
dulces, bellas, delicadas, angelicales, finas; toda una propuesta de
arquetipo femenino.
La etapa final
En 1960 llegó Psicosis
(Psycho), uno de sus éxitos más clamorosos y polémicos. Superando a sus
obras anteriores, la película conmocionó la mentalidad de la época e
inauguraba el género del suspense de tema psiquiátrico, el llamado thriller
psicológico. Un jovencísimo Anthony Perkins (interpretando la doble
personalidad de Norman Bates), Vera Miles y Janet Leigh formaron el
famoso trío protagonista. El rodaje había sido carísimo, pero la
recaudación fue tal que Hitchcock, con los beneficios obtenidos, pudo
comprar tantas acciones de la Universal como para convertirse en el
tercer accionista de la compañía.
Las
siguientes películas estuvieron marcadas por el descubrimiento de una
nueva actriz y musa particular, Tippi Hedren. Con ella rodó dos
películas fundamentales en la evolución de su obra, Los pájaros (The Birds, 1963) y Marnie, la ladrona (Marnie,
1964). Parece que el interés a nivel personal del director por la
actriz llegó a tal extremo de insistencia, según pudo comprobar todo el
equipo del rodaje, que la relación acabó cortada por completo, porque
Hitchcock no pudo soportar el rechazo de Hedren y decidió no volver a
trabajar con ella. En sus filmes siguientes supeditó su creatividad y su
bagaje acumulado a ciertos criterios comerciales y a la colaboración de
estrellas consagradas. Así, filmó Cortina rasgada (Torn Curtain, 1966) con Paul Newman y Julie Andrews, y Topaz
(1969), películas ambas muy marcadas por el contexto de la guerra fría,
en las que se daba un mensaje propagandístico claramente prooccidental y
antisoviético.
En 1968, la Academia de Artes y
Ciencias Cinematográficas le concedió el Memorial Irving G. Thalberg, en
compensación del error tremendo de no haberle concedido nunca un Oscar,
a pesar de que había sido nominado en cinco ocasiones (por Rebeca, Náufragos, Recuerda, La ventana indiscreta y Psicosis).
Una vez más, uno de los mejores directores de la historia del cine se
había quedado sin la estatuilla. En el acto de entrega el director se
limitó a dar las gracias. Mientras, en Europa, la obra de Hitchcock se
había convertido en referencia y guía de toda una nueva generación de
directores, entre los que destacaría Truffaut, de cuyas charlas con el
maestro surgió un largo libro en el que el cineasta hablaba extensamente
de su vida, del cine y de su obra.
En 1971, con motivo del rodaje de Frenesí
(Frenzy, 1972), permaneció en Europa una temporada, durante la cual se
le sumaron las dificultades: su salud empezó a empeorar y Alma sufrió un
ataque de apoplejía que le afectó el habla. La posibilidad de perder a
su esposa aumentó la predisposición de Hitchcock hacia el alcohol.
Cuando en 1975 su esposa experimentó una mejoría, recuperó parte de su
antiguo vigor y rodó La trama (Family Plot, 1976), su última película.
La trama (1976)
Pero,
a sus setenta y seis años, Hitchcock padecía de artritis y su corazón
estaba delicado. En 1976 el director sufrió un colapso, y Alma un nuevo
ataque de apoplejía. Durante los años siguientes sus colaboradores
trataban de mantenerle el ánimo alto y le visitaban con frecuencia,
intentando alejarlo de los rumores periodísticos sobre su alcoholismo y
su envejecimiento progresivo. Llovían los homenajes: en 1978 recibió el
premio a la labor de una vida del American Film Institute; en 1979 fue
galardonado como el Hombre del Año por la Cámara de Comercio
británico-americana; el mismo año fue nombrado por real decreto
caballero comendador del Imperio británico.
Pocos
meses después, la mañana del 29 de abril de 1980, moría el maestro y el
genio del cine de terror, de suspense y de misterio, un hombre que creó
un estilo y un mundo propios como pocos directores lo lograron a lo
largo de la historia del cine. Se hallaba preparando ansiosamente, con
su rigor y meticulosidad habituales, un nuevo guión de hierro para su
película número cincuenta y cuatro, adaptación de la novela de Ronald
Kirkbride titulada The short night. Pero Hitchcock, que había dicho "mi amor por el cine es más fuerte que cualquier moral", ya no podía hacer cine.
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