A
finales de los años 40 tuvo lugar en Hollywood (EEUU) una persecución
implacable contra todo aquel personaje del mundo del celuloide
sospechoso de estar vinculado con el comunismo. Aquel triste episodio de
la crónica estadounidense pasó a llamarse la caza de brujas, y supuso
el fin de muchas y prometedoras carreras cinematográficas, además de un
ataque directo contra los derechos civiles y la libertad de expresión…
En los años 30 del pasado siglo Hollywood resplandecía como pocos lugares del planeta y toda la vorágine humana que lo habitaba –guionistas, actores, directores, buscadores de gloria, cazatalentos, magnates, vividores…– campaba a sus anchas por una ciudad, la“otra Babilonia”, en la que aparentemente todo estaba permitido. Nadie pensaba que en pleno período de Entreguerras, con el gobierno liberal relativamente “de izquierdas” de Roosevelt y su New Deal,un ataque de tal magnitud a la libertad de expresión y de asociación iba a sucederse en esa ciudad que reflejaba como ninguna el ansiado sueño americano.
La gran caza de brujas
hollywoodiense tuvo lugar entre los años 1947 y 1956, pero empezó a
atisbarse mucho antes y se dejó sentir, aunque de forma más sutil, mucho
tiempo después. El auge de los movimientos fascistas en Europa, unido
al crack del 29 que arruinó a la mayoría de los americanos,
fueron el caldo de cultivo idóneo para un acercamiento de amplios
sectores de la sociedad estadounidense a las ideologías de izquierda y
el comunismo.
En 1932 un presidente
demócrata, Franklin Delano Roosevelt, alcanzaba el sillón presidencial
de los EEUU, el mismo año en el que Hollywood sufría un importante
varapalo económico que provocó que la patronal de los grandes estudios
redujera los salarios de los guionistas nada menos que un 50%.
Debido a estas medidas, fue fundado el sindicato Screenwriters Guild
–SGW–, controlado por cineastas de tendencias ideológicas de izquierda,
entre otras organizaciones progresistas. En los años siguientes, varias
iniciativas de la Administración Roosevelt, como la creación de puestos
eventuales de escritores y artistas en paro o la fundación del Federal Theatre,
que dio trabajo a unas 17.000 personas –centro de reunión de
guionistas, actores y realizadores–, unido al desorbitado auge del
sindicalismo,comenzaron a ser vistas como una amenaza entre la derecha.
No obstante, el compromiso político de amplios sectores llevó a que se
crearan organizaciones que luchaban contra la amenaza fascista europea,
como el American Committee for Spanish Freedom, que se creó para ayudar ala República Española, inmersa en la Guerra Civil o la Hollywood Anti-Nazi League,
que agrupaba a miembros de distintas ideologías, desde izquierdistas a
reaccionarios de derechas –como Clark Gable o John Ford–. Estas y otras
tantas instituciones serían años más tarde denunciadas por ser
“controladas por los rojos” y servir de tapadera para las actividades
llevadas a cabo por el Partido Comunista americano. Una tercera victoria
consecutiva de Roosevelt en 1940 tendría como consecuencia un giro
radical a la derecha no sólo de los enemigos declarados del New Deal,sino también de miembros del Partido Demócrata, el mismo año que se creaba en Hollywood la Motion Picture Alliance forthe Preservation of American Idealls,
una organización de corte ultraderechista que aglutinaba en sus filas a
personajes como Gary Cooper, John Ford o Robert Taylor.
Comienza la caza
La verdadera amenaza para
los derechos civiles se produjo en 1938, con la creación formal de la
Comisión de Actividades Antiamericanas –House Un-American Activities Committee, más conocida por sus siglas HUAC–,
por la Cámara de Representantes estadounidense y que entonces era
conocida como Comisión Dies, pues su presidente era el congresista
texano Martin Dies. Ya entonces la Comisión comenzó a presionar al
Consejo de Estado para que investigara si algunas organizaciones
violaban las leyes federales, como el Partido Comunista de EEUU o el Bund Germanoamericano. Dichas organizaciones fueron investigadas por el FBI
que dirigía entonces J. Edgar Hoover, declarado enemigo del comunismo
desde 1919, año en el que sentenció que “el fascismo ha crecido siempre
en las ciénagas del comunismo”.
Sería la industria
cinematográfica la que sufriría un mayor acoso por parte de la Comisión
Dies, hasta el punto de que el antisemita y fascista Edward F. Sullivan
llegaría a denunciar a mediados de los años 30 que “todas las fases de
actividades radicales y comunistas florecen en los estudios de
Hollywood”. En 1940, mientras era aprobada la ley Smitch Act,
que prohibía la enseñanza de las doctrinas de Marx y Lenin en toda la
nación, la Comisión enviaba 22 convocatorias a varios personajes del
celuloide, obligados a comparecer, entre los que se encontraban Humphrey
Bogart y el mejor gángster que ha dado la pantalla grande: James
Cagney.
Sin embargo, el acoso al comunismo sufrió un
paréntesis con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, y muchos de
los grandes realizadores americanos, como John Ford, Frank Capra o
William Wyler trabajaron para el Ejército en la lucha contra el nazismo,
mientras actores, guionistas y otros profesionales de la industria
repartían panfletos,organizaban mítines y convocaban manifestaciones en
repulsa de la amenaza totalitaria proveniente de Europa. Sin embargo, a
partir de 1945 y una vez acabado el conflicto, los viejos fantasmas de
la derecha más reaccionaria, nunca dormidos, se despertaron y la
Comisión volvió a organizarse mientras la persecución a los “amigos” del
comunismo comenzaba a convertirse en una asunto de auténtica histeria
en todo el territorio norteamericano. Aunque hacía tiempo que estaban
siendo violados los derechos civiles de los americanos. En 1940, el
Congreso de EEUU había aprobado la llamada Ley Voorhis, que obligaba a las organizaciones con fiscalización extranjera a inscribirse en un registro federal, mientras que la Ley Hatch
prohibía a los funcionarios federales ser miembros de alguna
organización o partido que “persiguiera la destrucción de la forma
constitucional de gobierno”, mientras el FBI continuaba
confeccionando listas negras de sospechosos. El fanatismo comenzaba a
apoderarse de amplios sectores sociales, fanatismo que alcanzaría su
cénit con el estallido de la Guerra Fría entre la Unión Soviética.
A pesar de que el sillón presidencial era por
aquel entonces ocupado por un presidente demócrata, Harry S. Truman, en
1946 las legislativas dieron la mayoría republicana a la Cámara de
Representantes y al Senado, lo que forzó a que el presidente, en 1948,
proclamara la llamada “doctrina Truman”, una auténtica declaración de
guerra al movimiento comunista internacional consistente en aportar
ayudas económicas a los países europeos “amenazados” por esta ideología.
Truman mostraría sus verdaderas intenciones al promover el Programa de
Lealtad de Empleados Federales, que investigaría la lealtad de miles de
funcionarios a las instituciones nacionales, lo que convirtió en
sospechosas a nada menos que 2.500.000 personas. Fue entonces cuando la
organización sindical United Public Workers of America denunció
este programa como una auténtica “caza de brujas”, caza que se extendió
a los empleados de los contratistas que trabajaban para Defensa y que
llevaría al fiscal general de EEUU, del partido republicano, H. Brownell
Jr. a acusar al mismísimo presidente de “deslealtad”, aunque finalmente
éste no compareció ante el Congreso.
La obsesión por el espionaje “comunista” llevó a
que se abrieran diversos procesos contra sospechosos de simpatizar o
ayudar a la potencia roja, como el que se llevó a cabo contra el
respetable diplomático Alger Hiss; aunque el episodio más triste tuvo
lugar en 1953, con la condena a muerte del matrimonio formado por Julius
y Ethel Rosenberg, que fueron electrocutados en la silla eléctrica
acusados de entregar secretos atómicos al vicecónsul soviético en Nueva
York.
Dicha cruzada anticomunista
era llevada a cabo de forma visceral y cuasi-paranoica por el senador
–originario de Wisconsin– Joseph McCarthy, que se convertiría más tarde
en presidente y organizador del temible Comité de Actividades
Antiamericanas del Senado. Las leyes antidemocráticas comenzaron a ser
algo habitual, y en 1947 fue aprobada la llamada Ley Taft-Hartley contra el derecho a huelga y la McCarran Internal Security Act,
que obligaba al registro de todas aquellas personas consideradas
subversivas, leyes a las que se opuso el mismo presidente Truman. No
tardarían en trasladarse las sospechas de filocomunismo hacia el mundo
del celuloide…
Hollywood en el punto de mira
Para investigar las supuestas actividades comunistas y subversivas en la Meca del cine, la HUAC
contó en un principio, antes de la guerra, con los servicios del
periodista católico Joseph B. Matthews, quet rabajaba para algunos
periódicos de la cadena del magnate W. R. Hearst. Matthews, quien
dejaría una huella imborrable en Joseph McCarthy –quien llegaría a
considerarle su maestro– era un hombre violento, obsesionado con lo que
para él no era sino una cruzada comunista contra América.
En 1945 la Comisión Dies, a
punto de expirar su mandato, fue resucitada por John E. Rankin, que
consiguió convertirla en permanente dentro de la Cámara de
Representantes, pasando a presidirla él mismo y J. Parnell Thomas, un
siniestro personaje obsesionado con su unilateral idea de patriotismo y
“americanismo”. En marzo de 1947 la Comisión se dedicaría a investigar
específicamente a los profesionales del cine. Entre sus miembros más
representativos se encontraban, además del citado Parnell Thomas, el
futuro y polémico presidente Richard Nixon y el diputado anticomunista,
racista y antisemita John Rankin.
Dos meses después, en mayo, varios miembros de
la Comisión se trasladarían a Hollywood y celebrarían una serie de
reuniones, entonces secretas, en el Hotel Biltmore, con algunos de los
grandes representantes de la industria, como Jack L. Warner, uno de los
fundadores de los gigantescos estudios Warner Bros. Aunque
nunca salieron a la luz aquellas conversaciones, lo cierto es que a
partir de ese momento los miembros de la Comisión ya poseían listas de
sospechosos y se abrieron los primeros expedientes.
El 23 de septiembre de 1947
fueron entregadas 41 citaciones a miembros de la industria
cinematográfica. De entre todos, 19 tomaron la firme determinación de
negarse a declarar ante una Comisión que consideraban antidemocrática y
que vulneraba los derechos recogidos en la Constitución, formando a su
vez un frente común para luchar contra su actuación, determinación a la
que al parecer llegaron en una reunión celebrada en la casa del actor
Edward G. Robinson. Fueron conocidos como los “19 testigos inamistosos” y
entre ellos se encontraban Edward Dmytryck, Bertold Brecht, Lewis
Milestone y Dalton Trumbo.
A su vez, los profesionales
progresistas de Hollywood elevaron la voz contra el ataque ideológico y
moral que suponían las investigaciones de la HUAC. Algunos
realizadores, como John Huston, William Wyler o Philip Dunne ,se
reunieron en septiembre de ese mismo año en el restaurante Lucey´s
de Hollywood para promover la creación del llamado Comité de la Primera
Enmienda, que utilizaba la prensa y la radio para condenar la política
de caza de brujas e incluía a cuatro senadores y a casi quinientos
intelectuales y profesionales del cine, entre los que destacaban
Humphrey Bogart, Lauren Bacall, Gregory Peck, Katherine Hepburn, Kirk
Douglas, Henry Fonda, Vincent Price, Gene Kelly y David O´Selznik.
Los 19 testigos
“inamistosos” viajaron a Washington acompañados de los miembros del
Comité de la Primera Enmienda para declarar ante la Comisión
inquisitorial. Los profesionales del cine parecían una auténtica piña,
unida frente a tamaño ultraje contra la libertad de expresión, sin
embargo, pasada la fiebre inicial, algunos de los miembros“demócratas”
del grupo comenzaron a echarse atrás. Fue el caso del productor David O.
Selznik, quien, quizá presionado por los altos cargos de la industria,
comunicó al abogado Bartley Crum su renuncia a permanecer dentro del
Comité de la Primera Enmienda. Poco después sería Humphrey Bogart quien
diría que formar parte del Comité fue algo “realmente estúpido”… Tristes
precedentes de lo que acabaría pasando poco después, con las delaciones
de muchos de los imputados a sus compañeros.
Un circo mediático
El 20 de octubre de 1947 la
Comisión de Actividades Antiamericanas inició sus sesiones en una sala
en la que se hallaban presentes más de cien periodistas, cámaras y
profesionales del cine. El espectáculo estaba servido… El primero en
declarar fue el productor Jack L.Warner, quien acabó denunciando a una
serie de guionistas a los que consideraba sospechosos de tratar de
introducir en Hollywood la ideología comunista, borrando así las
sospechas que se cernían sobre él e insistiendo varias veces en su
probada con el sistema americano. Sus palabras sin embargo, no están
exentas de cierto patetismo: “Algunos de estos guiones contienen
réplicas, insinuaciones o dobles sentidos y cosas por el estilo, que
habría que seguir ocho o diez cursos de jurisprudencia en Harvard para
comprender qué cosa significan”. La acusación que vertió contra los
hermanos Epstein, célebres por ganar un Oscar por el guión de Casablanca, en referencia a su guión de la película Animal Kingdom
no tiene desperdicio: “está dirigido contra el sistema capitalista.
Bueno, no exactamente, aunque el rico hace siempre el papel de malo”.
Fue el primero de los “testigos amistosos” que declararon ante el
Comité. Finalmente, dio los nombres de varios profesionales de los que
sospechaba sus vinculaciones comunistas, entre ellos Albert Maltz,
Dalton Trumbo y Guy Endore.
A Warner le siguió en el espectáculo circense otro magnate del cine: Louis B. Mayer, de la Metro-Goldwyn-Mayer,
quien declaró su repulsa al comunismo y citó también algunos nombres,
como los de Lester Cole o Donald O. Stewart, y de nuevo el de Dalton
Trumbo. Otro “testigo amistoso” fue el actor Adolphe Menjou (Adiós a las armas),
quien pronunció un alegato militarista y anunció su deseo de que los
comunistas americanos fuesen “deportados a los desiertos de Texas para
que los matasen los tejanos”.
Ronald Reagan, futuro
presidente de la nación y entonces actor, denunció a su vez las
“manipulaciones progresistas” que había sufrido el sindicato que
presidía, el Screen Actors Guild, y felicitó a la HUAC,
a sus ojos necesaria “para convertir América en algo tan puro como
fuese posible”. Gary Cooper, por su parte, insistió en su patriotismo y
en que había descubierto claras señales de “comunismo” en varios
guiones, aunque no pudo aportar ningún ejemplo al no recordarlos, porque
“leo la mayor parte de los guiones por la noche y si no me gustan no
los acabo”.
Mientras las declaraciones
de los “testigos amistosos” se realizaron en un clima de evidente
distensión, rozando en ocasiones una patética comicidad, los testimonios
de los “inamistosos” fueron acompañados de una dramatismo que sentaría
las bases de una persecución implacable que duraría décadas. Entre el 27
y el 30 de octubre tenían que declarar los 19 testigos antes citados,
aunque finalmente sólo lo harían diez, debido a la decisión de Parnell
Thomas de aplazar indefinidamente la vista a causa probablemente de las
múltiples presiones que recibió de los sectores progresistas y de los
magnates del cine. Estos cabezas de turco acabarían pasando a la
historia como “los diez de Hollywood” (The Hollywood Ten).
Entre ellos se encontraban
el realizador Herbert J. Biberman, el guionista John Howard Lawson, el
novelista Albert Matz, el guionista Ring Lardner Jr. y el ya citado
Daltron Trumbo. La Comisión no permitió en la mayor parte de los casos
que los sospechosos leyeran sus comunicados, y muchas carreras se vieron
truncadas por aquel proceso que se erigió en un auténtico diálogo de
sordos entre acusadores y acusados: Biberman tuvo que trabajar durante
siete años para una empresa inmobiliaria con sede en California, y no
volvió a dirigir una película hasta 1969. Lawson jamás volvió a escribir
guiones y hubo de dedicarse a la enseñanza de teoría cinematográfica.
Albert Matz, quien realizó una valiente declaración que arrancó
numerosos aplausos en la sala: “me niego a ser investigado o intimidado
por hombres para quienes el Ku Klux Klan es una institución americana
aceptable”, tuvo que trabajar muchos años bajo pseudónimo, al igual que
le sucedería a Trumbo, uno de los mejores guionistas que tenía
Hollywood.
Muchos otros profesionales,
en su mayoría inmigrantes, optarían por el camino del exilio, en unos
casos voluntario y en otros obligado, como Bertold Brecht, Fritz Lang,
Charles Chaplin o John Huston, quien renegaría incluso de su
nacionalidad americana, adoptando la irlandesa.
Debido a que “los diez de Hollywood” optaron por
acogerse a la Primera Enmienda, que protegía el secreto de la confesión
religiosa y política, la libertad de palabra y de asociación, lo que
finalmente provocó que en 1948 los testigos fueran acusados de desacato
al “rehusar a declarar ante una Comisión debidamente constituida por el
Congreso”, obligados a pagar una multa de 1.000 dólares –entonces mucho
dinero- y a ingresar un año en la cárcel. Curiosamente, cuando Lester
Cole y Ring Lardner Jr. ingresaron en la prisión de Danbury, en
Connecticut, se encontraron entre los reclusos con el mismísimo J.
Parnell Thomas, presidente de la HUAC, detenido por
malversación de fondos tras ser acusado por el columnista Drew Pearson.
Una curiosa ironía del destino que debió provocar que una inevitable
sonrisa se dibujara en los rostros de los “blacklisted” –aquellos incluidos en las temibles listas negras de los grandes estudios-.
La “caza” se revitaliza
Sería durante los años más
duros de la Guerra Fría cuando la gran caza de brujas se convirtiera en
un episodio realmente dramático. A pesar del proceso llevado a cabo
contra “los diez de Hollywood”, los capítulos más tristes estaban aún
por escribirse, y la década de los 50 supondría un auténtica persecución
contra la libertad y la integridad de los profesionales del cine, una
progresiva radicalización anticomunista de la sociedad americana a la
que contribuiría poderosamente la guerra de Corea (1950-1953), que
provocó más de 33.000 bajas entre los soldados yankees.
Uno de los personajes que
más avivó ese clima de exaltación, sospecha y delación fue el senador
oriundo de Wisconsin Joseph McCarthy –no en vano la caza de brujas
pasaría a la posteridad bajo la designación de “macarthismo”- que
acabaría convirtiéndose en presidente de la Subcomisión Permanente de
Investigaciones del Senado, aunque contrariamente a lo que se cree nunca
presidió el temible Comité de Actividades Antiamericanas –lo que no
quiere decir que no promoviera sus investigaciones-.
McCarthy luchó con saña
contra todo lo que oliera a “rojo” no sólo en el mundo del cine, sino en
casi todos los ámbitos de la vida estatal e institucional y contra los
medios de comunicación dejando la tarea de “limpiar” Hollywood a otras
comisiones, como la comisión Wood, que fue la encargada de realizar la
segunda oleada persecutoria contra la industria cinematográfica,
instigada por grupos como la reaccionaria asociación “Defensa de los
Ideales Americanos” –MPAPAI-, presidida por el director Sam Wood, entre otros, y la American Legión,
una poderosa organización de veteranos de las Fuerzas Armadas fundada
en 1919, convertida en importante grupo de presión y erigida en órgano
parapolicial que confeccionaba listas de sospechosos de filocomunismo
que entregaba al FBI y a la HUAC.
La nueva Comisión, presidida por John S. Wood,
desarrolló sus actividades entre el 8 de marzo de 1951 y el 13 de
noviembre de 1952, aunque continuó en activo hasta 1955. En un primer
momento citó a declarar a más de un centenar de personas relacionadas
con el Partido Comunista americano y el mundo del cine, entre ellos
varios citados ya en el 47. Sin embargo, esta vez muchos de los que se
enfrentaron con entereza al Comité la primera vez se derrumbaron en esta
ocasión, quizá debido a la presión o porque, como se excusaría más
tarde Dmytryck, “tenían una familia que alimentar”.
Lo cierto es que ante la
Comisión Wood las delaciones se convirtieron en moneda común y los
magnates de la industria mantuvieron esta vez una posición claramente
favorable a las actividades inquisitoriales de la misma, por lo que
todos aquellos testigos que se acogían a la Quinta Enmienda –según la
cual ningún ciudadano puede ser obligado a declarar contra sí mismo-,
pasaban automáticamente a engrosar las listas negras –que nunca
existieron oficialmente- de los productores y no volvían a encontrar
trabajo. Según el productor y guionista Adrian Scott, esas listas
llegaron a comprender los nombres de 214 artistas y técnicos de la Meca
del cine, aunque no existe ni siquiera hoy un consenso entre los
estudiosos.
Para burlar a las mismas,
muchos guionistas utilizaron no sólo pseudónimos, sino las llamadas
“tapaderas” –como narra la película The Front-, que no eran
sino personas que ofrecían su físico para suplantar el de los verdaderos
guionistas señalados, cuyos trabajos eran vendidos a los estudios por
la mitad del dinero que les habría correspondido en situaciones
normales.
De los nuevos testigos que fueron llamados por
la Comisión Wood a testificar, la mayoría se negó a colaborar, lo que
provocó que muchas brillantes carreras cinematográficas se vieran
truncadas. Un mes después de que el guionista Sidney Buchman
–responsable de títulos como Caballero sin espada (1939)-, compareciera ante la Comisión, fue despedido por Howard Hughes de la RKO
y ni siquiera pudo recoger sus objetos personales. Lillian Hellman, que
nunca había estado afiliada al Partido Comunista, pagó caro el
compartir su vida sentimental con Dashiell Hammet –que ingresó en
prisión por desacato al Congreso-, y habría de renunciar a su carrera
como guionista hasta 1966, cuando firmó el guión de La jauría humana, un magnífico filme que se erigió como alegato contra la violencia incontrolable y en ocasiones absurda de la colectividad.
Muchos otros profesionales,
actricescomo Dorothy Comingore, Karen Morley o Anne Revere,
desaparecieron prácticamente de las pantallas, al menos hasta el final
de la década de los sesenta, cuando la fiebre anticomunista comenzó a
perder parte de su fuerza en EEUU –aunque seguía estando muy presente-.
Otros profesionales del
celuloide sufrirían en carne propia la caza de brujas macarthista de
forma mucho más dramática, como el actor John Garfield, que se convirtió
en la víctima más paradigmática de la persecución inquisitorial. Debido
a su carácter inconformista y contestatario, este gran intérprete fue
llamado por la Comisión en un par de ocasiones. La mañana que debía
tomar un tren hacia Washington para comparecer por segunda vez ante Wood
y compañía sufrió un infarto de miocardio que acabó con su vida, cuando
contaba tan sólo 39 años y para muchos, entre ellos John Berry, su
muerte no fue casual, sino consecuencia del acoso al que estaba siendo
sometido en aquellos días.
Otros profesionales murieron en plena
investigación, probablemente debido a las fuertes presiones que
sufrieron, como Philip Loeb, que acabó suicidándose -al igual que
Madelyn Dmytryck, esposa del citado director- o Edward Bromberg. Sobre
Loeb, la periodista de The New York Times Margaret Webster escribió que “había muerto por una enfermedad comúnmente llamada la lista negra”
De soplones y chivos expiatorios
La presión de los grandes
estudios y la amenaza de prisión hizo mella en muchos de los testigos, y
el realizador Edward Dmytryk, que permanecía por aquel entonces en la
prisión de Virginia Occidental por haberse negado a declarar en el 47,
tras haber cumplido la mitad de su condena, llamó a su abogado, Bertley
Crum y, alegando motivos patrióticosy familiares, se retractó de su
anterior actuación. Reconoció haber formado parte del Partido Comunista y
ofreció una lista de 26 militantes, única forma de escapar de las
temibles listas negras. Aquella decisión lamentable aunque comprensible
por la que optarían no pocos testigos dio pronto sus frutos, y unos
meses después Dmytryk dirigía para la compañía King Brothers la película El motín del Caine, con el antaño miembro del Comité de la Primera Enmienda Humphrey Bogart como protagonista.
El guionista Martín Berkeley batió el récord en
lo que a delaciones se refiere, y facilitó a la Comisión Wood el nombre
de nada menos que 162 “comunistas”. Por aquel entonces otro guionista,
Richard Collins, se superó a sí mismo, y siguiendo los pasos de Dmytryck
y otros,dio varios nombres, entre ellos el de su propia esposa. La
lista de delatores es bastante amplia, y las situaciones en ocasiones
rozan el esperpento, esperpento que no obstante no puede dilapidar el
drama que supuso para tantos hombres y mujeres la fiebre anticomunista.
Uno de los casos más
tristes, además del de Elia Kazan, el célebre dramaturgo y exquisito
cineasta al que Hollywood nunca perdonó su traición, fue el de Robert
Rossen, que tras haber soportado con estoicismo otras citaciones, se
derrumbó ante una nueva Comisión, conocida como Velde –una subcomisión
del Congreso que actuaría en Nueva York con carácter público entre mayo y
junio de 1952-, donde reconoció haber aportado 40.000 dólares al
Partido Comunista y delató a 57 antiguos compañeros.
No faltaron sin embargo, como en la primera
ocasión, los testigos hostiles, y el actor Lionel Stander llegó a
reconocerse ante los miembros de la Comisión Velde “más izquierdista que
la izquierda”. Tras ella seguirían otras Comisiones bajo distinto
nombre y en 1956 la célebre HUAC actuaría bajo la designación
de Comisión Investigadora sobre el uso no autorizado de pasaportes,
aunque la histeria anticomunista comenzaba a declinar, lo que no evitó
que otras carreras cinematográficas fueran truncadas, como la de la
actriz mexicana Rosario Revueltas, que protagonizó en 1953 la película
del blacklisted Herbert J. Biberman La sal de la tierra, lo que provocó que no pudiera volver a trabajar en EEUU.
El relativo apaciguamiento de la Guerra Fría, la
pérdida de poder de los republicanos frente a los demócratas o el
surgimiento de grupos de minorías que reivindicaban sus derechos, unido a
la necesidad de los grandes estudios por contratar de nuevo a todo un
grupo de profesionales “señalado” en una época de crisis provocada por
la aparición de la televisión, hizo que progresivamente a partir de los
años 60 fueran desapareciendo las temidas listas negras, a pesar de que
grupos derechistas como la MPAPAI o la American Legion siguieran ejerciendo una fuerte presión sobre Hollywood.
Ni siquiera el todopoderoso
McCarthy pudo escapar a los caprichos del destino, y su insistencia en
investigar las actividades“sospechosas” de los miembros de la Armada
estadounidense le llevaron a ser censurado por el Senado en 1954,
acusado de “conducta impropia de un miembro de la Cámara Alta”, por la
forma en que había dirigido la Comisión. Acabó sus díase n un hospital,
donde había ingresado por graves problemas de alcoholismo, aquejado de
cirrosis y hepatitis, a los 48 años, abandonado por aquellos que un día
siguieron sus fanáticas directrices.
La fábrica de sueños, que
durante más de una década se convirtió en “fábrica de pesadillas” para
un amplio sector de profesionales, volvía a recuperar su glamouroso
esplendor, pero ya nada volvería a ser lo mismo. La gran hecatombe que
sacudió los cimientos de la Meca del cine se haría sentir muchos años, y
los rencores y las pasiones encontradas no se borrarían jamás de toda
una generación de hombres y mujeres marcados por la intolerancia. Las
palabras de Gregory Peck en 1947 acerca de las actividades de la HUAC
son muy clarificadoras a este respecto, y sirven de forma ejemplar como
colofón a una historia que nunca tendría que haber sucedido: “Hay
muchas maneras de perder la propia libertad. Puede sernos arrancada por
un acto tiránico, pero también puede escapársenos día tras día,
insensiblemente, mientras estamos demasiado ocupados para poner
atención, o demasiado perplejos, o demasiado asustados”.