Greta Garbo, un mito forjado en solo dos décadas de interpretaciones, sigue siendo objeto de admiración y análisis.
El 15 de abril de 1990 murió, a los 84 años, Greta Lovisa Gustafsson, la mujer que desde 1941, con apenas 36 años, se había escondido en un anonimato que le permitió descansar del escrutinio público y de tener que ser siempre “la divina” Greta Garbo.
“Quiero estar sola”, fue la única y lapidaria frase que la Garbo pronunció cuando sorprendió al mundo cinematográfico con una prematura retirada, en su mejor momento, siendo la estrella mejor pagada de Hollywood y, sobre todo, la más admirada e imitada.
Una admiración basada en el misterio que siempre la rodeó, fomentado con un aire frío y distante, ganándose el apelativo de “la que nunca se ríe”. Su irrupción en Hollywood, tras cambiarse el nombre con el que nació en Suecia el 18 de septiembre de 1905, fue un cambio radical respecto a la imagen que se potenciaba en el cine americano de los años veinte, con heroínas débiles en búsqueda de protección.
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